Ver las noticias cualquier día al levantarte supone ver el despilfarro institucional, el gasto descontrolado (también del PP si). Supone enterarte de que fulanito y benganito también tienes cuentas en Suiza (ya dices: vaya otro más). Que los Pujoles, los de Espanya ens roba, se llevaron no se cuantos millones de euros en maletas a Andorra. O que la Junta de Andalucía ha repartido no se cuantos miles de millones a la igualdad de género de África.Y suma y sigue.
En medio de tanto despropósito, tanto sinvergüenza y tanto mediocre que ni en sus mejores sueños pudo llegar a tanto como ha llegado en vida, hay una anécdota curiosa del Almirante Don Luis Carrero Blanco, vilmente asesinado por la banda terrorista ETA sabe Dios si con la ayuda de alguna ayudita extranjera.
Es bien conocido que Luis Carrero Blanco era un hombre
de costumbres austeras y hogareñas. Vamos, como hoy día nuestros políticos.
Todos los días seguía la misma rutina, lo que facilitó
su asesinato. Lo cual frente a lo que hoy intentar colocarnos como “la enorme
vulnerabilidad del régimen” no era más que la sencillez de aquel hombre y el
clima de seguridad nacional que se vivía, donde nadie temía que te fuera a
atracar por la calle o al levantarte por la mañana para ir al trabajo te
hubiesen robado el coche.
Pues bien, el almirante tenía la costumbre como tantas
personas de tomarse un café por la mañana. Ese café se lo subía un camarero de
un bar cercano a la sede de la Presidencia. El camarero, no es broma, pasaba
con el café en una bandeja las escasas medidas de seguridad (casi como hoy, que
no puedes acercarte a 300 metros a los palacios donde viven). El camarero
pasaba al despacho del mismísimo presidente y le dejaba el café sobre la mesa.
Carrero Blanco sacaba en ese momento su cartera y abonaba el café, posiblemente
un duro 5 pesetas para los que ya no se acuerden de las pesetas, dejando una
propinilla escasa al camarero, casi se podría decir que tacaña para un hombre
de su posición.
El historiador Ricardo de la Cierva cuenta el caso como
ejemplo de las escasas medidas de seguridad, quizás algo ingenuas, que rodeaban
a nada menos que el número dos del Régimen.
Pero de este hecho también se puede hacer otra
interpretación, y es la comparación de aquel señor, presidente del gobierno,
que pagaba con su dinero de su cartera como cualquier ciudadano el café, dejando
una propinilla, a los tiempos de hoy de Visa Oro a cargo del contribuyente,
copiosos y lujosas comilonas oficiales, cochazos de lujo, movilización de helicópteros
y numerosas medidas de seguridad.
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